Del foley a ratos es difícil hablar. Es un arte que más que sostenerse por tratados y formas esquemáticas, perdura en pocos estudios donde se conserva una tradición que ante todo es fiel muestra del amor al sonido, al movimiento, a la sutil magia que sucede en cada transición de la vida, entre los segundos.
El arte del foley, como anteriormente hemos explorado, consiste en la recreación de muchos sonidos de la película a partir de efectos de sala que se reproducen en tiempo real por actores que, además de su habilidad para sincronizarse con lo que sucede en pantalla, son ante todo oyentes asombrosos, capaces de aproximarse al mundo no necesariamente por su materialidad, sino ante todo por su vibración acústica y el inevitable éxtasis de los sonidos acusmáticos, aquellos desprovistos de toda relación con el “mundo real”, por ende con infinita posibilidad de serlo todo en la película.
Es una habilidad también desarrollada en los montadores y diseñadores, sin embargo en el artista foley hay un juego especial, que quizás comparte todo el cine al crear ilusiones de una forma tan sutil. La forma como escuchan estos artistas es fascinante, porque tratan al sonido libre del peso de la materia, al tiempo que reconocen constantemente la capacidad acústica de la misma. Sin embargo, el foley permite ir más allá de la mera relación acústica, en tanto ahonda en la acusmática, en la situación mental y las posibilidades de escucha. Esto se refleja a la hora de utilizar materiales: algunos se recrean literal con respecto a lo que se ve en pantalla, pero otros, surgen de los objetos y relaciones más sorprendentes, inimaginables.
Dada su invisibilidad y secreto en la creación de la película, los artífices del foley siempre danzan tras el telón. Nadie los ve y a nadie les debería interesar a la hora de presenciar una película, dado que su labor no debe dejar rastro del artista, y como el diseñador de sonido, ha de eliminarse, para que todo se sienta natural. Sin embargo, esto no implica que no atendamos a la belleza que se oculta tras bambalinas porque siempre es increíble detenerse a contemplar el arte del foley, lo cual ha logrado el director Daniel Jewel en su cortometraje The Secret World of Foley (El mundo secreto del foley), donde le rinde tributo a este bello oficio en gran medida en extinción. Veamos:
The Secret World of Foley from Short of the Week on Vimeo.
En el vídeo se crea un retrato de dos artistas que actuan a duo para el filme: Sue Harding, quien descubrió el foley a los 11 años y cuenta créditos en cientos de películas y el veterano Peter Burgis, cuya lista de trabajos previos sobre pasa los 150 largometrajes. Lo grandioso es que en el vídeo nunca hablan, limitándose a compartir su arte, tan silencioso como sonoro, tan meditativo como activo, tan sutil como evidente. Es un constante recorrido por la inmensa imaginación aural y la vasta riqueza de timbres que, articuladas a la exploración del movimiento y el performance, construyen una expresión original, digna de este desconocido y algunas veces poco valorado arte.
Tal vez más allá de lo sorprendente, de lo informativo y lo bien logrado del corto no es únicamente el hecho de reconocer la importancia del arte del foley, sino ante todo, de saber que las películas son sonoras, que hay mundos invisibles deambulando en los recovecos del tejido audiovisual y el hecho de edificar la película sonora, es ante todo vivirla. Al artista foley por algo lo llaman también actor, porque desarrolla un papel, un rol. Ejecuta mucho de lo que percibimos, es responsable de profundas relaciones en la oscuridad de lo invisible. Esto es porque además de los actores y objetos que vemos en la gran ilusión de la pantalla, las películas se escuchan.